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CON MOTIVO DEL SEGUNDO CENTENARIO.
ZALDIVIA EN LA 
OBRA DE IZTUETA
El Diario Vasco , San Sebastián a 4 de Noviembre de 1967
Opulento y rico, amoroso de la provincia de Guipúzcoa y de su paisaje, es Iztueta. No creo exagerar nada, si dentro de la literatura vasca, le comparo con Alfonso X el Sabio, cuando canta en la castellana las excelencias de los frutos de la tierra española.
   
Jose Garmendia Arruebarrena    
De nuevo estos días he vuelto a leer su “Guipuzcoaco condaira'” y en ningún momento me ha abandonado esta comparación, esta idea.

Pero como paisano, he querido detener mi mirada en todos aquellos pasajes que se refieren a su pueblo natal, Zaldivia, cuna también de Olano su sucesor, de los Lardizábal y Jáuregui, de fray Pedro de Argaya y de Lizarralde, y del actual obispo de Almería, monseñor don Ángel Suquía Goicoechea. El Ayuntamiento debe pensar en completar y prolongar la galería de sus cuadros, colocando en su sala de reuniones y con los debidos honores éste de un sucesor de los apóstoles. Fue el franciscano Padre Lizarralde quien escribió estas palabras llenas de afecto: '”Zaldivia , dulcísima patria mía, cuantas veces y con cuánto anhelo filial he sólido buscar noticias tuyas en crónicas de antigüedad”. Con parecido amor yo he querido hurgar en los papeles viejos y poseer noticias de su pequeña y diaria historia, y a fe que he salido recompensado de ese rastreo con placer venatorio, habiendo recobrado más sabrosas piezas que los innumerables cazadores que en vano se empeñan por esas latitudes.

Ya sabía que si Iztueta estaba encariñado con la provincia, su acento de amor y de admiración hacia su pueblo natal, subía de punto. Gozoso este sumergirse en el pasado y sentir el frescor de las cosas directamente vividas y observadas por Iztueta, que es lo que tiene valor de todo cuanto escribe. Por eso adquieren estas páginas un singular relieve, porque para nada mejor estuvo preparado Iztueta que, para narrarnos lo que llevaba en su corazón. Y lo que llevaba, lo que le acompañó en su vida toda, fue el amor a su pueblo, a su río y en el río a la trucha, a la sierra del Aralar con los hechos allí acaecidos, a alguno de sus hijos entonces ilustres, a la plaza en la que él tantas veces bailara, etc. etc.

Tarea sumamente gozosa ésta de recoger, abreviando, todas las alusiones al pueblo que le vio nacer y cerrar sus ojos.

Vaya por delante la afirmación de que veinticinco veces alude Iztueta a Zaldivia en su “Guipuzcoaco condaira” y que, en comparación a las mismas o idénticas cosas que narra, se excede en extensión haciéndole quizás perder la mesura y el equilibrio dentro de la obra entera. Unas veces es para referir la abundancia del trigo como en el caserío Muguerza (pág. 27) o del maíz (pág. 29) o del garbanzo (pág. 30) chichirica, que sembraba el entonces párroco don Francisco Ignacio de Urretavizcaya, o de las pepitas de oro encontradas en el Aralar (pág. 69) o de las voluminosas berzas (pág. 156) de las que, como regalo, dio buena cuenta viviendo en San Sebastián en 1830.

En la página 169 nos dirá que en su tiempo, en Zaldivia y sus tierras, había 114 casas. De éstas, 96 familias dedicadas a las faenas del campo, caseríos o vida pastoril, y las restantes 18 en la calle viviendo sin poseer tierras ni bosques, con un total, más o menos de 1.300 habitantes. Se demorará en describirnos sus trabajos y ocupaciones, nos hablará de unas 10.000 ovejas y 2.000 corderos en 100 rebaños en la sierra de Aralar, de las arrobas de queso y de los cochinos alimentados con la leche para terminar con una cifra de la producción en 228.000 reales.

No habrá entre sus habitantes y pastores quien no posea su burro y caballo. Muchos de los corderos serán llevados a Navarra para venderlos. No serán pocos, y entonces señores principales, los tratantes de cerdos. Hablará también, cómo no, de las numerosas cabras, de las que hará elogio en unas estrofas largas, como vituperará su labor dañina y destructiva.

Hará alusión a las órdenes prohibitivas, lamentando que vayan disminuyendo ellas en su número como los árboles cortados por el hacha.

Pero, sobre todo donde Iztueta se muestra siempre entusiasmado, imantado, es en la Sierra de Aralar, ya que, allá, por sus alturas, estaba la vida de Zaldivia. Unas veces será para relatarnos los animales dañinos apresados en un aire de leyenda. Las más de las veces, para describirnos el modo de vida, las costumbres, acontecimientos, de los que hoy no tendríamos ni noticia si no nos hubiera salvado con su pluma galana.

A mí, particularmente, me place extraordinariamente Iztueta cuando habla de las bellezas de la provincia, del Aralar y de nuestro río. De Guipúzcoa nos dirá: “Edocein adetara beguiratu eta icusten da ederqui apaindua. Beragaitic esan izan dute ascotan Provincia onelan igaro izan diran guizon campotar andizqui anitzec, ecen, galaren gala jancitaco barantza zoragarri bat dirudiela Guipuzcoaco mugape guztiac”.

En la cima del Aralar perderá todo control hasta decir que, desde la cumbre del Larrunarri, se distinguen el puerto de San Sebastián y las barcas que hay dentro de el en un día claro.

No con menos admiración hablará de las fuentes y río de Zaldivia: “Osimberdeco ibaia au jaiotzen da Erri onen mugapeco osin zulo andi batean, azpitic gora pill pill pill ura botatzen dabela, iraquiten ari oidan lapicoac bezalaishen”.

Todo será poco en su pluma para cantar la grandeza, la limpidez de las aguas, la abundancia de la trucha que alberga en su seno. y que es muy apreciada en todas partes, al par que se lamenta del poco cuidado y de su destrucción, con cal viva, lejía, y veneno de nueces (zocotanac). .

Con todo esto bastará para ver con cuánto amor habla de Zaldivia. Bien hace su villa natal al pensar en celebrar el bicentenario de su nacimiento, porque con su pluma la ha exaltado y nos hace revivir la vida de su tiempo.

Siempre es grato volver al pasado de nuestros mayores y esto lo debemos en mucha parte al dantzari, poeta, viajero y escritor Juan Ignacio de Iztueta.

Un pueblo no puede renunciar a su pasado, so pena de estar destinado a la muerte. Una lección muy viva y actual nos llega de aquellos tiempos de Iztueta, tiempos de arado romano, de pobreza o ingenuidad, pero de verdadera hermandad y sana alegría, porque en la base de todo aquello estaba :la humildad que nos coloca a cada uno en su sitio, en la verdad, que decía la santa abulense. Y, quizás, nada haya peor para los pueblos que lo opuesto y contrario a la humildad.

Sevilla, noviembre de 1967.
José Garmendia

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