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 Jose Garmendia Arruabarrena  
Polémica a mediados del siglo XVIII

El Diario Vasco , miércoles 7 de diciembre de 1977
Amediados del siglo XVIII, en la fecha exacta del año 1750 don Gaspar de Miranda y Argaiz, obispo de Pamplona, emanaba un edicto prohibiendo los bailes y danzas Las danzas de espadas de hombres sólo e instrumentos profanos dentro de las iglesias se permitían únicamente en las festividades del Nacimiento de Nuestro Señor y el Corpus Christi. La Diputación General de Guipúzcoa solicitó que este permiso se extendiera también a las festividades de los patronos titulares de sus pueblos, como así sucedió.

La solicitud por una parte, y de otra el condescendimiento del obispo revelan ya un clima de disgusto por privar del espectáculo de los danzantes de espada las festividades de los titulares o patronos de los pueblos.

El ambiente estaba revuelto y pronto se iba a encender en el País Vasco una apasionada controversia en torno a la licitud moral de los bailes y de las danzas,  controversia de una duración que se prolonga hasta fines del mencionado siglo. Baste como un botón de muestra el hecho de que el Ayuntamiento de Azcoitia había propuesto por boca de uno de sus ediles —don José de Idiáquez— la supresión del propio tamboril

Uno de los más acérrimos defensores, vascófilo inteligente, de claro y despejado entendimiento, fue el sabio filólogo de Andoain, el P Larramendi. Nos dejó en su Corografía nada menos que cuatro capítulos, en donde, con gran valentía y profusión de datos escriturísticos y de razón, aboga por las danzas y su contribución a la salud y bien andanza de los pueblos.

En el polo opuesto tenemos que colocar la figura del P. Mendiburu, jesuita también de Oyarzun, llamado el Cicerón vascongado. Gran predicador, misionero o misionista como entonces se decía, y lector de Teología en Pamplona, recorrió muchos pueblos guipuzcoanos, dejando constancia de su dureza y rigor contra las danzas. Su actitud hostil a las mismas y a toda diversión le llevó a aconsejar la supresión de la música y de los juegos de bolos. El Ayuntamiento de Zaldivia en 1762 tomó la siguiente resolución: «Como consecuencia de la Santa Misión que predicó en esta parroquia y consejos que dio el verano último el Rvdmo. P. Sebastián de Mendiburu, S.J. determinando extinguir las Mesetas (honras) de Santa Fe, que suelen celebrarse el día 6 de octubre y siguientes, y que no hubiera, como no hubo, juego de bolos, por cuya razón no se aprovechó dicho arrendador de la utilidad que aquellos le hubieran dado». Y en el libro de elecciones, leemos lo siguiente: «Atendiendo al servicio de Dios Nuestro Señor y evitar ofensas suyas, y siguiendo el consejo dado por el P Mendiburu, se determinó solamente en su día (sin músicos), sin permitirles tañer incluso desde el día siguiente».

Actitudes defensoras y hostiles a las danzas se alternan, no sólo durante la segunda mitad del siglo XVIII, sino que se prolongan en el siglo siguiente. Buena muestra de ello encontramos en el carmelita fray Bartolomé de Santa Teresa, a quien Iztueta contestará con bastante libertad y airado en un opúsculo de 43 paginas (San Sebastián, 1829). Resabios  de esta actitud se descubren en el prólogo de don José Ramón de Elorza al libro de danzas de Iztueta, de 1824, cuando escribe:

«... pero por desgracia una diversión inocente... ha llegado a ser él escollo fatal de la inocencia, la red barredera, que envuelve y enreda a la incauta juventud, el foco     principal de amistades peligrosas, y de consiguientes, el fecundo origen de la corrupción de costumbre, meneos y ademanes...»,

De este ambiente hay que partir para entender el Ímpetu, el entusiasmo, entender y la admiración que muestra Iztueta hacia las danzas. Y, también , de que no pocas veces se meta a moralizador. Danzas de larga tradición. Sólo en los libros del Ayuntamiento de Zaldivia encontramos noticias de mucho interés. En el año de su alcaldía, Juan Bautista de Olano pagó el 11 de julio de 1653 nueve ducados de vellón a los músicos que asistieron el día del Corpus,  San Joan y Santa Fides. En  1663 se alude al salario del tamboril Martín de Alcain. Referente al año 1703 y 17 de febrero, leemos lo siguiente: «Más dio en data 90 reales que pagó por el gasto que hicieron los que en la procesión del día del Corpus del año de su mayordomía danzaron en danza de espadas, en acompañamiento de Nuestro Señor». El 28 de junio de 1798: «Asimismo acordaron que el gasto que han hecho los danzantes de espada y los señores del Ayuntamiento el día del Corpus Christi en función pública de esta villa, se pague de fondos de ella».

Y para concluir estas breves noticias, el día 1 de junio de 1800 acordaron «que los años anteriores siempre ha habido costumbre de hacer danzantes de espada los días de Corpus Christi y de San Juan Bautista, y para que haya igual regocijo este presente año, a saber, el referido día de Corpus Christi a costa de la villa la comida de mediodía de dichos danzantes, y la del día de San Juan deberán costear los propios danzantes».

Regocijo y entusiasmo. El aspecto que ofrecía el País Vasco con las danzas era admirable. Nada nos extraña lo que escribiera Guillermo Bowies en su viaje de 1775: «Recorriendo aquellos países, me parecía haberme trasladado al siglo y a las costumbres que describe Homero. La sencillez y la alegría reinan en aquellas montañas y si, por lo general, sus habitantes no son los más opulentos, son esencialmente los más felices, los más amantes del país, en que viven menos sometidos a los poderosos».

En estos años sabemos que el conde Peñaflorida mostraba ya por su parte una marcada dilección por nuestra música y bailes populares Dicen que se le veía en la plaza de Azcoitia  instruyendo al tamborilero y haciéndole tocar zortzicos y contra-pases de su composición. El marqués de Narros—escribe José Mª Donosty   en su bellísimo prólogo póstumo a don Javier Maria de Munibe e Idiáquez nos dice que éste se declaró siempre protector infatigable de las diversiones populares: «Un pueblo macilento y triste, más es una congregación de cadáveres que de vivientes. La debilidad, el miedo. la ignorancia engendran tristeza y melancolía. El que no se encuentra alegre, no está sano y debe medicinarse».. Admirables palabras, muy en consonancia con lo que pensaban Larramendi Jovellanos.

José GARMENDIA.

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