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 Iztueta, maestro de dantzaris
  
El Diario Vasco, Sábado 12 de noviembre de 1977
Mucho se ha abundado en el tema de las danzas guipuzcoanas practicadas, estudiadas, enseñadas e inmortalizadas por Iztueta en su famoso libro. También, en el entusiasmo que demuestra por las mismas al ir examinando, describiendo y puntualizando cada una de las 36 que él había llegado a conocer, y que en su propio tiempo se practicaban todavía.

¡Qué duda cabe que el folklorista zaldibitarra fue un gran enamorado de las danzas clásicas de nuestro país —Guipúzcoa—, un cultivador práctico de las mismas, más tarde maestro consumado, historiador y el primero y único teorizante en su género!

Pero, ¿qué sabemos nosotros en concreto, fuera de estas afirmaciones generales, de Iztueta como maestro y formador de dantzaris? Porque, si algo llama la atención en los documentos biográficos hasta ahora descubiertos, es precisamente la escasa referencia a este extremo. La pregunta sigue interrogándose: ¿fue Iztueta, maestro que enseña a otros? O, lo que diríamos en términos actuales: ¿fue formador de dantzaris y que deja escuela?

La mencionada carencia de documentos sobre este aspecto obliga al recurso de otras fuentes: la tradición, el testimonio del propio autor, y el epistolario dirigido a nuestro folklorista.

No sólo la tradición oral, sino la escrita, viene a confirmarnos que Iztueta en su juventud fue maestro y forjador de dantzaris en su villa natal. El testimonio de don José Ramón Elorza, en la aprobación al libro de las danzas con fecha de 1824, es muy expresivo: «Hace muchos años que conozco al autor de dicho manuscrito y aún no pocas veces he presenciado en su nativo lugar de Zaldivia diversidad de danzas y bailes en particular de hombres solos, adiestrados y capitaneados por él. Y si bien desde entonces formé idea del singular talento y habilidad que le acompañaban para dirigir y ejecutarlos con admirable destreza y perfección, a satisfacción del público, a la vista de la obra confieso que su autor, no sólo es superior al gran concepto que formaba de él, sino que se excede a sí mismo por las singulares noticias que nos da de treinta y seis bailes diferentes».

El texto merece un análisis, tanto por su precisión como por los detalles que nos ofrece. Eso de hace muchos anos que conozco al autor», y, «en su nativo lugar de  Zaldivia», hay que referirlos sin posible duda a los últimos años del siglo XVIII. Parece más que imposible que  Elorza pudiera presenciar estos bailes y en Zaldivia en el período comprendido entre 1800-1820, sino entre los años de 1790 a 1800. La vida turbulenta de cárceles en Villafranca, Tolosa, Azpeitia, Logroño, su estancia en San Sebastián desde 1810 y sus fugas, la ausencia durante todo este tiempo de Zaldivia, retrotraen el testimonio de este texto a los últimos años del siglo anterior. Obsérvese lo de «adiestrados», «capitaneados», el talento y la habilidad que le acompañaban para «dirigir y ejecutarlos», y está dicho todo; que Iztueta, fue maestro, formador de dantzaris.

Un testimonio indirecto del mismo Iztueta nos queda en las estrofas, tan llenas de aire y de gracia, que compuso para la Ezpata-dantza de su libro de melodías de 1826.

No sin mucha ironía y recuerdo gozoso hace en ellas memoria de nueve de los que fueron discípulos suyos, muchos vecinos de la calle y otros de caseríos como Berdillari, Olaa, muy próximos al casco de la villa.

Un período largo de casi 18 años —desde 1800 hasta 1818—, imposible para sus afanes de enseñanza debió ser el que transcurrió en su turbulenta vida , hasta que del Ayuntamiento donostiarra recibe en 1819 el encargo de enseñar las danzas a los niños asilados de la Casa de la Misericordia y los aires y  tocatas al tamborilero Latierro para que los pasara al pentagrama y se conservaran en el archivo de la ciudad. Años de la reconstrucción de la ciudad en que consolidó su fama para que recibiese el mencionado encargo y se dispusiese a publicar el libro de las danzas. San Sebastián contempló en su Plaza Nueva la Ezpata-dantza, Brokel-dantza y el alegre ViIlancio, del que tanto se ufanaban los auténticos donostiarras.

Empezando por su familia, como padre que quiere dejar un rico legado a sus hijos, les enseña las danzas. En 1824 concede «permiso a su hija para un baile majestuoso, pues sin otro objeto fue revivir nuestros bailes la enseñé con toda formalidad». El testimonio más claro de esta su actividad lo encontramos en la carta que desde San Sebastián y con fecha de 13 de junio de 1828 escribe al herrador de Abando, José Paulo Ulíbarri: «Sinistatu bear nazu berroguel egun igaroetan ez derana izan lo pizcabat egulteco dui bat astiere, cergaltíc izan deran eratkutsi bearra, 50 ezpata dantzari-requin, 25 mutil gaztechori anciñaraco canta-uritarrac (su arma edo equilaric sorto arguitu baño lenagoco era donzu arelan) eguin oi cituzten guda gogo portitzaquin garaipentsu irten ondoan, atseguingarri jostadiatu oi ciraden danza mota gogoan garrian.»» Al final de esta carta hallamos este dato tan revelador: «Galai gaztechoen buruzari edo capitan izanda nere semea, ceñac bere eguinbideac eguin dituen gucien naiera».

Algunos amigos, como el diputado vergarés Santiago de Unceta en 7 de mayo de 1829 le manifiestan deseos parecidos: “.. tendría el mayor gusto en que mis hijos supiesen prácticamente los sones, danzas y juegos que enseña el cuaderno”.

Después de este período de más de trece años en la ciudad donostiarra —1819-1833— en que volvieron a florecer las danzas y en las que actúa como capitán de grupos su hijo, sin duda alguna, la época más hermosa, más exaltada y preocupada para dejar viva la llama de las damas, es la que va de 1840 hasta su muerte en 1845.

Retirado a su villa natal, anciano ya de muchos días, con casi 74 años sobre sus hombros, engarza tiempos pasados con un presente que podía ser cortado en cualquier momento. Delante de su casa natal de Iztueta-enea, o «Kapaguindegui», allí donde arranca el camino de montaña que sube al Aralar, y ante la que se extiende una pequeña plazoleta, adiestra en sus últimos años a sus muchachos. Con ellos va a celebrar el aniversario del abrazo de Vergara en 1840 y años siguientes. Desde Hernani y el 30 de noviembre de este año le escribe de nuevo Agustín Pascual Iturriaga, diciéndole: «Celebro... que haya tenido la satisfacción de disfrutar en el campo del abrazo los días gloriosos de que era usted tan digno», no sin insinuarle que «debían las provincias preparar premios para los mejores bailarines, coplaris e improvisadores, jugadores de pelota, tiradores al blanco, etc.  etc. para los años sucesivos, a manera de los antiguos que establecieron los juegos olímpicos y otros. No ha disgustado la idea y sería el mejor medio para llamar la gente y perpetuar la memoria del convenio».

En la relación de gastos de 1841, la factura de Iztueta, a excepción del banquete, era la más elevada por mucho, lo que nos sugiere la importancia de su intervención: «La cuenta del gasto de Iztueta por la comparsa, que aún no ha enviado recibo, 3.250 reales». El año 1840 se habían gastado 23.899 reales; en 1841, 21.699; en 1842. 10.541 y 27.850 en 1843, según documentación hallada por el P. José Igº Lasa.

Ni la muerte inminente entibió en Iztueta este concepto de la sana alegría, de su pasión por los bailes y del sentido reverencial con que siempre los miró. Al contrario, encendió más, si cabe, esa llamarada, entregando la antorcha a un muchacho de 24 años, José Antonio Olano. Aseguró bien así su pervivencia y continuidad hasta nosotros, elevándolos a la categoría de espectáculo. Bailes que constituyen todavía uno de los más bellos espectáculos de nuestra tierra.

José GARMENDIA A.

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