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Juan Ignazio Iztueta Etxeberria  
El testimonio de Jovellanos
El Diario Vasco, martes, 13 de diciembre de 1977
Conocida es la figura de este insigne asturiano de formación enciclopédica y de talante y conducta liberales, en el difícil punto medio entre los extremismos de un lado y otro. Discurre su vida en la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX.

En la historia de los espectáculos y diversiones populares, un mismo afán une a Jovellanos y a Iztueta: resucitarlas para regocijo y expansión necesaria de las gentes.

El primero nace en Gijón en 1744. Iztueta en 1767. La muerte del asturiano se adelanta a 1811 en el puerto de la Vega, mientras que el folklorista guipuzcoano sobrevive hasta agosto de 1845. Aunque por motivaciones distintas, y en un medio geográfico distinto, les une a ambos la prisión o la cárcel. Y, casi por los mismos años. Jovellanos conoció la prisión en la cartuja de Valdemosa y en el castillo de Bellver, en Mallorca, en 1808, año de su excarcelamiento  por la invasión napoleónica y el heroísmo nacional, contrae Iztueta en Azpeitia sus segundas nupcias con Concepción Bengoechea.

Pero éstas son —y no dejan de ser— simples coincidencias sin más efecto ni consecuencias. Lo que emparenta y enlaza en un mismo ideal a los dos  personajes es la idea que tienen de las diversiones y espectáculos.

Por orden del Supremo Consejo de Castilla del 1 de junio de 1786 recibe la Academia de la Historia el encargo de un informe acerca de los juegos, espectáculos y diversiones públicas en las diversas provincias de España. Informe que será llevado adelante por Jovellanos, acabándolo en Gijón el 29 de diciembre de 1790 y dirigiéndolo a la Academia en esa misma fecha. Con todo, no había de ver la luz hasta el año de 1796.
 
  Gaspar Melchor Jovellanos

Divide su trabajo en dos partes, destinando la primera a descubrir el origen y progreso de las diversiones públicas en España, y la segunda a indicar el influjo que ellas pueden tener en el bien general y los medios que le parecen más convenientes para conducirlas a tan saludable fin.

Idéntico afán respecto a Guipúzcoa, aunque con más creación de datos, lleva a Iztueta a hablar en las páginas finales de su “Historia de las danzas”, de los juegos y apuestas populares. Aquí perdió nuestro folklorista una oportunidad. Podía haber sido más extenso y explícito su comentario, ya que no andaba carente de noticias.

Iztueta cita a Jovellanos con gran elogio y las veces que puede, transcribiendo párrafos largos del memorial de éste. Cabe así descubrir en Iztueta una profunda influencia del asturiano, añadida a su originario y singular entusiasmo por el folklore. Ambos coinciden y se mueven en la misma línea de intención, de pensamiento y de propósitos. Los dos denunciarán con verdadera pasión la decandencia de las diversiones, la tristeza de los pueblos sin ellas y se lamentarán de aquellos jueces indiscretos que confunden la vigilancia con la opresión, «del infeliz gañán o trabajador que no puede en la noche del sábado gritar libremente en la plaza de su lugar ni entonar un romance».

El clamor de Jovellanos es: “Este pueblo necesita diversiones. Basta que se le dé libertad y protección para disfrutarlas”. «El celo indiscreto de no pocos jueces se persuade a que la mayor perfección del Gobierno municipal se cifra en la sujeción del pueblo. Bajo tan dura policía el pueblo se acobarda y entristece, y sacrificando su gusto a su seguridad, renuncia a la diversión pública e inocente. No basta, pues, que los pueblos estén quietos; es preciso que estén contentos... El público no se divertirá mientras no esté en plena libertad de divertirse». Juicios que tienen un largo eco en las páginas de las obras de Iztueta.

Jovellanos realizó en los años 1791 y 1797, con despierta y exigente curiosidad, dos viajes por nuestra provincia. Al hablar de Guipúzcoa su pluma cobra entusiasmo. La alegría que estallaba en las tardes de fiesta enternece el alma sensitiva de nuestro viajero. Una vez en Vergara, al punto observa: «Baile en la plaza». ¡Qué bulla!. ¡Qué alegría! Su vista me llena de placer. El pito y el tamboril, los gritos de regocijo y fiesta, los cohetes, la zambra y la inocente gresca que se ve y oye por todas partes, penetran al corazón más insensible»

¡Qué distinta es la impresión que le producen la mayor parte de los pueblos de España, que no se divierten en manera alguna! Cualquiera que haya conocido nuestras provincias —escribe en su Memorial—habrá hecho muchas veces esta dolorosa observación; reina en las calles y plazas una penosa inacción, un triste silencio...», a los que había que añadir» la aridez e inmundia de los lugares, la pobreza y el desaliño de los vecinos, el aire triste y silencioso, y falta de unión y movimiento.

Al hablar de los bailes públicos, y en nota, dice: «Cuando escribimos esta Memoria no conocíamos el País Vascongado, ni sus bailes dominicales; pero un viaje hecho por él en 1791, y repetido en 1797, nos proporcionó el gusto de observarlos, y nos confirmó más y más en lo que habíamos escrito acerca de las diversiones populares. Es ciertamente de admirar cuán bien se conciban en estos sencillos pasatiempos el orden y la decencia, con la libertad, el contento, la alegría y la gresca que los anima. Allí es de ver un pueblo entero, sin distinción de sexos ni edades, correr y saltar alegremente en pos del tamboril, asidos todos de las manos, y tan enteramente abandonados al esparcimiento y al placer, que fuera muy insensible quien los observase sin participar de su inocente alegría El filósofo verá además en ellos el origen de aquel candor, franqueza y genial alegría que caracteriza al pueblo que las disfruta, y aun también de la unión, de la fraternidad y del ardiente patriotismo que reina entre sus individuos. ¡Lograr los mismos inestimables bienes en otras provincias!."

De los juegos de pelota, escribe: «También en esto se distingue el País Vascongado No hay pueblo considerable en él que no tenga su juego de pelota, grande, cómodo, gratuito y bien establecido y frecuentado, y así como juzgamos que los bailes públicos influyen en el carácter moral, hallamos también en ellos y en estos juegos la razón de la robustez, fuerza y agilidad, de que están dotados aquellos naturales».

Para nuestra satisfacción todo quedará anotado en su agenda: el Real Semenano de Vergara, sus relaciones sociales, la gastronomía, libros, el arbolado, el cultivo de la tierra, del lino y de la márraga que ve fabricar a su paso por Anzuola.

Por los años de sus viajes, Iztueta todavía no tenía renombre, y Zaldivia quedaba al margen del camino real. De otro modo, el pueblo natal del bailarín hubiera podido suministrarle rico y abundante material de observaciones, no ya sólo sobre las danzas, sino sobre los telares o fábricas de confección existentes entonces en la villa, ya que, antes de y junto a Iztueta-enea o  «Kapagindegui" existían otras industrias de boinas y zamarras y que, aun hoy en día, siguen conservando la denominación de «Txapel-etxe» y «Zamar-etxe» todo un polígono industrial en aquellos tiempos.

José GARMENDIA A.