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 Más danzas
Por otra parte, con danzas como la «jorrai dantza» y la «zagui dantza» están relacionados los paloteos castellanos, en que sale un «botarga» o un tipo especial, de aire a veces burlesco, al que se baquetea y da muerte aparente en ocasiones. Ya en 1871 el gran etnólogo R. Müllenhoff había comparado las danzas de los salios con la danza de espadas de Alemania «Schwerttanz» y del norte de Europa, encontrando semejanzas. Fijándose en esto, Frazer ha hecho también una comparación de las mismas con las de los «Morris dancer» de Inglaterra e indica algo que conviene recordar.

Según Servio, algunos atribuían la institución sallar al rey de Veies «Morrius», que etimológicamente parece el mismo que «Mamurius»(32). Frazer se pregunta si «Morrius» tendría que ver con «Morris», y yo, a mi vez, si «Morris» y «Morrius» no estarán relacionados con los nombres de «morro», «morroco», «morrero», «cachimorro», etc., que se dan a tipos especiales de las danzas y mascaradas en Álava, Burgos, Palencia, etc. Los filólogos debían de hacer investigaciones sobre estas palabras para ver si establecen algún criterio desde su punto de vista(33).

No creo que pueda haber grandes dudas acerca del carácter de las viejas danzas sallares de Roma en lo que toca a su desarrollo, y pienso posible que se relacionen con las danzas agrícolas españolas descritas en el capítulo anterior y con otras que se estudiarán en lo futuro. El mismo trate de los «salii» tiene su semejanza con el de algunos de los danzantes modernos que llevan mitra, gorro puntiagudo, etc.

Colegios similares al de los «salii» o salios, de bailantes sacerdotales, parece que hubo en muchos pueblos y ciudades de la vieja Italia, y nada de extraño tiene que su organización fuera análoga a la de las cofradías de danzantes que había en otras partes de Europa.

Pero lo que sí es curioso es que en la España de los romanos haya existido, además de en Alba, Roma y alguna otra población de Italia, un colegio de salios, considerado tal por los romanos conquistadores: en Sagunto lo hubo, como lo atestiguan inscripciones, algunas de ellas muy claras. Los eruditos españoles y extranjeros no se explican bien esta «anormalidad». Acaso los etnólogos estén en situación mejor para explicársela(34).

No es sólo en el norte; también en el sur de España hallamos en la actualidad cofradías de danzantes que conservan una semejanza con la de los «salii». De ellas acaso la más curiosa sea lade los vecinos de Obejo, en la provincia de Córdoba, que bailan el llamado «patatú».

El «patatú» es una danza de espadas. Pero los danzantes no van disfrazados al efectuarla. Ya en el siglo pasado llevaban sólo el traje de fiesta propio del país, como las demás personas que iban en la procesión y fiesta de la ermita de San Benito; es decir, la chaquetilla corta, el pantalón ceñido de paño pardo, el sombrero de felpa con pompón, la bota larga con caireles, la faja roja y el pañuelo al cuello, popularizados en las escenas andaluzas.


También se habían perdido casi todas las antiguas espadas con que se bailaba, o, mejor dicho, las cambiaron los chamarileros por espadas modernas.

El «patatú» es baile propio de una hermandad que tiene por patrono a San Benito. Esta hermandad, de que se hace mención ya en papeles que existen en el Ayuntamiento de Obejo del año 1600, tiene una gran autonomía. Los hermanos se dividen en «orantes» y «danzantes»: los primeros sólo contribuyen con limosnas al mantenimiento de la hermandad. Hay al frente de ella un hermano mayor, que interviene en la danza de modo singular.

Tiene lugar ésta ante la imagen del santo, en la procesión que se hace por los campos en fechas fijas del año: San Antón, en enero; San Benito, el 12 de febrero, y en marzo o abril, con motivo de otra festividad que ignoro. Nótese el período de la ejecución de tal baile, que es, sin duda, de gran interés. Ahora bien, siempre que hay alguna calamidad que desolé al pueblo, o cuando se teme la pérdida de las cosechas, sale la danza. En general, los fines de ella se reflejan clara y manifiestamente en esta letrilla que la suele acompañar, dicha por los que van en la procesión:
 
«Agua, Padre Eterno;
agua. Padre mío,
que se van las nubes
sin haber llovido »
 

La procesión sale de la referida ermita de San Benito. Va primero la cruz parroquial de Obejo; después marchan los hermanos danzantes, la música tras ellos, el santo y la presidencia religiosa y civil. Guitarras, bandurrias y panderetas tocan el son en la actualidad, aunque en otra época lo tocaban violines y platillos, como se ve en grabados. El son también parece que ha evolucionado.


En tanto que dura la procesión deben de bailar los hermanos danzantes.

Cuando la procesión llega a una cruz próxima al camino, retrocede un poco y después de dar una vuelta a la ermita entra en ella.

La danza tiene, al parecer, cuatro tiempos. Todos estos tiempos se hacen dentro de la «cadena» de bailarines. Primero avanzan en fila de uno en uno, cogiendo con la mano derecha la empuñadura de la espada propia y con la izquierda la punta de la del danzante anterior. Luego los primeros de la fila levantan una espada en arco y bajo ella pasan todos los que siguen, y a medida que van pasando se preparan a formar a su vez ellos un arco nuevo hasta que los que formaron el primero quedan como últimos, repitiéndose esto tres o cuatro veces. Mientras dura la danza es de rigor que en ningún caso se suelte una de las espadas. Mas de repente ésta se rompe, y el hermano mayor o danzante principal, que va a la cabeza, queda como aprisionado por los demás, que apuntan con su espada al cuello. A este momento, tras el cual continúa la danza, se llama la «horca».

Durante todo el baile, que dura unos tres cuartos de hora, los danzantes van al mismo paso, pegando pequeños saltitos constantemente(35).
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32 Servio, Aen., VIII, 285; G. Wissowa, Religion und kultus der Römer. página 558, nota 5.
33 En el breve estudio de Maud Karpeles, con una nota de Joan Evans, English Folk Dances: their Survival and Revival, en «Folk-lore», tomo XLIII (Londres, 1932), págs. 133-134, se recuerdan las teorías de los que piensan que la palabra «morris» está relacionada con «Moorish» y con la idea de las danzas de moros y cristianos españoles. ¿De dónde viene, entonces, la palabra «morro», etc.?
34 Sobre las danzas europeas del tipo de las sallares, en general hay datos en Frazer, loc. cit., siguiendo a Mannhardt, que fue la mayor autoridad sobre ritos campestres de nuestro continente. E. Hübner, en el «Corpus Inscriptionum Latinarum», tomo II, Inscriptiones Hispaniae Latinae (Berlín, 1869), pág. 512, hablando de la existencia del colegio de salios de Sagunto, dice que bien pudo tener lugar la institución de tal colegio por merced extraordinaria que hicieran los romanos a sus fieles aliados en las lucha contra los cartagineses y le parece menos probable que se remonte a fecha más vieja. Costa, La religión de los celtíberos (Madrid, 1917, páginas 132-133, lo refiere al culto a Diana. En Sagunto se adoró a Marte; lo prueba la inscripción 3.824 de la colección de Hübner (op. cit; pág. 514), en honor de Marte Augusto. Se refieren, por otra parte, a los salios las inscripciones 3.853, 3.854, 3.859, 3.864 y 3.865. La más curiosa es la núm. 3.853 (op. cit., pág. 520), puesto que se dedica a un pontífice salió por los «CONLUSORES», es decir, los compañeros de juego. Esta expresión, que está calificada de muy apropiada («apprime conveniente»), indica que los salios de Sagunto tenían un carácter casi igual a los de Roma. En efecto, no sólo hallamos tal referencia a sus danzas y a su pontífice, sino que también encontramos mención en las inscripciones núms. 3.864 y 3.855 de un «Saliorum magister». Réstanos saber si estos salios de la más ilustre de las ciudades españolas a ojos de los viejos romanos, tenían también cantos especiales. Véase del mismo E. Hübner Inscriptionum Hispaniae Latinarum Supplementum (Berlín, 1892), pág. 968. Que en Sagunto se diera culto a Marte como dios de la guerra, es lo más probable; pero no hay que olvidar que en Tarragona aparece también el Marte Campestre, y esto indica que en toda la zona oriental se conocían las diversas advocaciones de la divinidad tan bien como en Roma. Vid. Corpus..., tomo II, núm. 4.083 (pág. 547).
35 Antonio Carbonell, «El patatú en Obejo», en el Boletín de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, año IX, núm. 27 (abril a junio, 1930). págs. 159-166.
 

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