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IZTUETA EL GRAN BAILARIN


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El pueblo de Zaldivia va a celebrar, y con él toda Guipúzcoa, el primer centenario de la muerte de uno de sus hijos más ilustres y de uno de sus vascófilos más destacados.

Juan Ignacio Iztueta nació en 1767, y murió en su mismo pueblo natal el 18 de Agosto de 1845; vivió , por consiguiente, 75 años.

Fue toda su vida un hombre modesto. Marraguero de profesión y , posteriormente empleado del Ayuntamiento de San Sebastián, adscrito al servicio de Policía de la Puerta de Tierra de nuestra ciudad
( cuando en nuestra ciudad había aún murallas), eran muy otras, sin embargo, sus aficiones íntimas, es decir , su vocación.

Cuando se cita a Iztueta, la palabra " danza" acude a nuestros labios, Iztueta fue, en efecto, no tan sólo un enamorado de las danzas clásicas de su país natal - Guipúzcoa --, sino un cultivador práctico de las mismas, más tarde maestro consumado en ellas, su historiador, el primero y único en su género, y en fin, su primero y único teorizante.

Fue en 1824, a la ya provecta edad de 57 años, cuando publicó el libro que más había de poularizar su nombre y el objeto de que trataba : su Guipuzcoako dantza gogoangarrien kondaira , esto es la historia de los bailes guipuzcoanos más notables de su tiempo.

Para escribir este libro, Iztueta recorrió el pais viendo, observando, preguntando a los viejos y anotándolo todo. Por eso, más tarde, en los últimos años de su vida , y fruto de sus andanzas por la tierra, escribió su otro libro "Historia de Guipúzcoa " , que a falta de espíritu crítico ( fue la " Suma" del bachiller Zaldivia su fuente principal de información ), se recomienda por dos importantísimos extremos : por la cantidad de observaciones directas que [...] acerca de la Guipúzcoa de su tiempo , y por la excelencia de la lengua en que está escrita.

Pero con anteriodad a la publicación de estas dos obras, que pudiéramos llamar fundamentales en la producciónd e Iztueta ( la última de ellas salió a la luz dos años despues de su muerte, editada por la Diputación), éste había escrito y publicado ya, entre otras de menos improtancia, la bella poesía de todos conocida : " A Conchita" ( Kontxeshiri ). A esta poesía, que data probablemente de 1805, cuando el poeta tenía de 35 a 40 años, dedicamos en el mes de agosto último, en el día del centenario de su muerte, atención especial, razón por la que de momento no insistimos, tan sólo y exclusivamente a aquel tema que caracteriza mejor a Iztueta, el de las danzas guipuzcoanas por él practicadas, estudiadas, enseñadas e inmortalizadas en su famoso libro.

El entusiasmo de Iztueta por las danzas clásicas y tradicionales del país guipuzcoano es inmenso. Una por una va examinando, describiendo, puntualizando todo lo que se refiere a todas y cada una de las 36 danzas que él había llegado a conocer, y que en su propio tiempo se practicaban todavía.

Para Iztueta los bailes tradicionales vascos no son un mero pasatiempo, una de tantas diversiones : constituyen más bien un rito, son la expresión de una idea, la exaltación del ritmo, el movimiento elevado a la categoía de arte, simbólica a veces, exultante, dinámico siempre. Si la prosa del movimiento humano está constituidas por las manifestaciones normales de éste, el baile es su manifestación poética. Nos movemos con la misma naturalidad con que hablamos o escribimos en prosa, sin darnos casi cuenta de ello; pero cuando queremos convertir el movimiento en algo superior a las contingencias y a la mera necesidad, bailamos. El baile es, pues, la poesía del movimiento, con su idea fundamental o temática, su rima, su métrica, sus censuras, sus asonancias y sus consonancias, sus estrofas, y cuando el baile como en el caso del "aurresku" o de la " ezpata-dantza" consta de varios números o estrofas , entonces el baile, poesía ya en sí y aisladamente considerado, se convierte en un poema. ¿ Y qué son nuestros bailes sino pequeños poemas líricos, sentimentales, báquicos o marciales, tan distintos del concepto de los bailes modernos , impregnados de erotismo, o, cuando menos, de sensualidad ? Por eso Alfredo de Musset desfallecía al pensar tan sólo que su amada puediera bailar en brazos de otro hombre.

Iztueta llegó a conocer uno de los momentos más bellos de nuestro país. El pais vasco, a fines del siglo XVIII, entraba en la agonía de su tradicionalismo frente a la vida moderna que entonces se iniciaba con la revolución de las ideas filosóficas, políticas, religiosas y materiales. El bienestar, el progreso material son hoy mayores que entonces en nuestro país; pero sus esencias tradicionales han sufrido en consecuencia rudo quebrano en todos los órdenes de la vida.

Las danzas antiguas eran uno de los resabios más característicos de nuestra tradición. Iztueta sintió que iban a morir, y se consagró a salvarlas del olvido. Y con ellas aquel modo de ser admirable de nuestro país, que hizo decir a Guillermo Bowles en su viaje de 1775 : " Recorriendo aquellos países, me pareció haberme trasladado al siglo y a las costumbres que describe Homero; la sencillez y la verdadera alegría reinan en aquellas montañas y si por lo general sus habitantes no son los más opulentos, son esencialmente los más felcies, los más amantes del país en que viven menos sometidos a los poderosos "

Gorosábel, tan amante de las tradiciones vascas, nos cuenta con melancolía cómo antiguamente era muy frecuente que los caballeros principales de esta provincia, así como sus señoras, salieran a las plazas públicas a balar ¿ Por qué no lo hacía ya en su tiempo ? ¿ Ha dependido especialmente - decía - de las invasiones de 1794, 1807 y 1832, cuyos ejércitos introdujeron en España y en particular en esta provincia , los balses, contradanzas, rigodones...."

Pero antes que Iztueta, el conde de Peñaflorida mostraba ya por su parte una marcada dilección por nuestra música y baile populares. Véasele en la plaza de Azcoitia instruyendo al "tamborilero " ( hoy decimos tamborilero ), y haciéndole tocar zorzicos y contrapases de su composición. El marqués de Narros, en su bellísimo elogio póstumo y don Javier maría de Idiaquez, nos dice que éste se declaró para siempre protector infatigable de las diversiones públicas. " Un pueblo macilento y triste, más es una congregación de cadáveres que de vivientes. La debilidad, el miedo y la ignorancia engendran tristeza y melancolía. El que no se encuentra alegre no está sano y debe medicinarse ". ¡Admirables palabras !

Ni la muerte inminente entibió en Iztueta este concepto de la sana alegría, de su pasión por la danza y del sentido reverencial con que siempre la miró. Andaba ya la parca son su afilada guadaña rondando la casa naal de bailarín, " Kapaguindegui", allí donde arranca el camino de montaña que sube al Aralar, y ante la que se extiende la pequeña plazoleta, donde Iztueta adiestraba en sus últimos años a sus muchachos, que , precisamente, en aquellos agónicos de su vida habían ido a Mondragón a bailar ante los reyes. Lardizabal, el beneficiado hermano del notable euskarólogo del mismo apellido, y zaldiviano también, le ayudaba a bien morir, cuando oyó que Iztueta esclamaba : " Ondo gera: mutillen berri onak ditugu". Moría contento, pensando que las noticias de los muchachos danzarines eran buenas.

¡ Cuántas cosas más podríamos decir sobre el particular ! Podríamos hablar largo y tendido de la apasionada controversia que se sostuvo en el país a mediados del siglo XVIII acerca de la licitud de los bailes vascos, polémica en la que frente a la actitud hostil, contraria a dichos bailes, sostenida por el P .Mendiburu, el elocuente jesuita de Oyarzun, el P. Larramendi, el sabio filólogo de Andoain, jesuita también, rompió lanzas en favor de dichos bailes con la viveza , elocuencia , doctrina y valentía que caracterizaban a aquel vascófilo tan inteligente y de tan claro y despejado entendimiento.

Llegó a tales extremos la polémica , que haciéndose eco de ella el Ayuntamiento de Azcoitia, llegó a proponer uno de sus ediles la supresión del propio tamboril. Eso pasaba en 1746 y el edil era don José de Idiaquez.

Veinte años después nacía el que había de elevar los bailes vascos a la categoría de espectáculo, el que había de dar ejemplo, con la práctica sabia de los mismos de lo que eran los bailes de la antigüedad, el que, en compañía de Pedro Albéniz, el gran músico donostiarra, había de perpetuar los sones o tonadas antiguos, el que, en fin , adiestrando a su discípulo predilecto, el zaldivitarra Olano, que fue su continuador, hizo llegar hasta nuestros propios días , a través de Pujana , discípulo a su vez de Olano, el encanto de estos bailes , que todavía constituyen uno de los más bellos espectáculos de nuestra tierra de saltarines y ágiles y juveniles coribantes

Por Jose Maria Donosty

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